Anti-Karma


Los días pasan lentos y la monotonía la rompen los eventos más inesperados.

Eran las tres de la tarde cuando salí de casa para ir al supermercado. Al abrir el coche, una masa de aire caliente me impactó en la cara.

Con la puerta del coche ya cerrada apenas tardé unos segundos en notar el sudor en la frente. Una vez más me arrepentí de no colocar el protector para el sol. Agarrar el volante se hacía imposible y con resignación cambiaba de mano para dirigir el coche.

Tras unos minutos de aire acondicionado, el aire se hacía respirable y no quemaba al entrar en el cuerpo.

El tráfico era escaso y conducir por la ciudad mejoraba con cada grado que la temperatura del coche disminuía.

Al fondo me fijé en dos pájaros que descansaban sobre la línea pintada en la carretera. Se movían a saltitos. El segundo seguía el camino marcado por el primero. Recordé las tardes de primavera en las que los pájaros surcan el cielo en una especie de juego unidos por un hilo invisible.

Cuando el coche estaba a poco más de un metro, ajeno al peligro, el líder decidió cruzar. Emprendió el vuelo como un kamikaze y se separó del compañero.  Observé al otro dudar, indeciso, prudente, sin saber qué hacer, si seguir o esperar. Dio un pequeño salto hacia delante y varios hacia atrás y el coche pasó cortando aquel hilo invisible que los unía.

Respiré aliviado. Un instante después, escuché un ligero golpe en la puerta parecido al sonido de una cajetilla al caer al suelo. Miré por el retrovisor y le vi tirado en la carretera. Se había lanzado demasiado tarde y ahora aleteaba incapaz de retomar el vuelo.

Así me siento ante la vida. ¿Cuántas veces el precavido, el que sigue las normas y se comporta conforme a lo establecido acaba peor que el kamikaze o el suicida?

Una persona fuma un cigarro en la puerta del hospital, mientras en la segunda planta alguien lucha por respirar conectado a una máquina.

La kunda camino al poblado se cruza con la ambulancia que transporta al enfermo. El conductor ebrio se lleva por delante al peatón que vuelve a casa.

A varios metros de mi casa hay un pequeño parque. Un parque colonizado por hombres jóvenes en cuerpos decrépitos. Pasan sus días entre latas de cerveza, mientras algunos kilómetros más lejos, a alguien le diagnostican una enfermedad sin cura.

Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren demasiado pronto.

Friedrich Nietzsche


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