El timbre sonó y me quedé petrificado en la silla. Con los libros aún abiertos aparenté estar ocupado.
Llegó puntual a casa. Tras una breve conversación con mis padres, oí cómo se acercaban a mi habitación. Sentí una suave brisa cuando entró en mi cuarto y todo se llenó de un aroma a flores y vainilla.
—Óscar te vas a quedar con Elena, pórtate bien—dijo mi padre.
Tras unos segundos levanté la cabeza y nuestras miradas se cruzaron por primera vez. Era delicada, dulce y risueña. Con un nudo en la garganta acerté a saludar. Sentí cómo mi cara ardía y mis orejas se acaloraban.
Mis padres dejaron una pizza en el horno y le dieron las indicaciones básicas:
—Nada de tele después de las nueve y a las diez en la cama, no volveremos tarde.
—No se preocupen, gracias de nuevo por confiar en mí.
Recordé irritado la conversación con mis padres de aquella tarde. De todas las chicas del mundo tuvieron que llamar a la vecina. Compartíamos instituto, edificio y si por mi fuera el futuro.
La puerta se cerró. Estábamos solos.
—Hola Óscar, ¿qué haces?
—Nada, tengo un examen el miércoles sobre rocas.
—Bastante lioso, ya me tocó el año pasado. Qué buen estudiante, aún faltan cuatro días y tú ya estudiando.
—En realidad soy más del último día pero era para tener a mis viejos contentos—dije sin reconocerme. Era la primera vez que llamaba viejos a mis padres. Era algo de película americana, de juventud rebelde, de cita de instituto, de mí aquella noche.
—Qué mono—contestó ella robándome la pose y el corazón.
—¿Qué tal es tu curso? El Ardilla dice que nos preparemos para el año que viene. Son muy de meter miedo pero yo paso.
—Sí se nota, hay que estudiar bastante más. Bueno, tú estudia, voy al salón.
—Voy contigo, ¿quieres beber algo? Tengo la llave del mueble bar.
Me miró como quien mira a su hermano pequeño, igual que (mira) una madre a su cachorro.
—Bebo agua, te traigo un poco si quieres—dijo ella.
—Tranquila, ya me sirvo yo.
—¿Quieres ver una película?—le pregunté mientras miraba la estantería de DvD’s
—No, gracias. Voy a estar con el móvil—dijo mientras respondía un mensaje desde la otra punta del sofá.
Me levanté directo a la balda de cine clásico y cogí una película de un tal Kurosawa. Mi padre intentó que la viera varias veces pero yo le castigué con mi indiferencia, me limité a estar con la Tablet.
—Los Siete Samuráis de Kurosawa, una delicia—exclamé con un buscado aire intelectual.
Ella ni se inmutó. Me pregunté si eso era lo que sentía mi padre conmigo cada vez que me enseñaba algo.
Puse el DVD y fui a la cocina a por una cerveza. Ya de vuelta al sofá y desde la otra punta abrí la lata. El estruendo del gas alertó a mi babysitter quien por primera vez apartó la vista del móvil para dedicarme un poco de atención.
—¿Quieres un trago?—pregunté con una pretendida mirada seductora.
Elena se levantó y me arrebató la cerveza de un zarpazo. Ella que era pura delicadeza, suavidad y ternura se transformó en lobo feroz y me engulló con la mirada.
—No se lo digas a mis padres por favor te lo suplico—le dije pálido.
Sin apartar su mirada asesina, se bajó la cerveza de un largo trago, acto que culminó con un sonoro eructo.
—Ahora sé un chico bueno y vete a tu cuarto a estudiar—me indicó con un tono propio de sargento.
Sin replica corrí a mi cuarto y me encerré. Desde dentro y con la espalda apoyada en la puerta escuché el sonido del horno.
Oí sus pasos hacia la cocina y después hacia mi cuarto. Al otro lado de la puerta me advirtió:
—Voy a comerme esta pizza y cuando acabe te traeré los bordes. ¿Lo has entendido?
—Sí, pero no te preocupes, estoy bien—contesté bloqueando la puerta.
No volvió. Varias horas después, apoyado aún en la puerta, escuché las llaves entrar en la cerradura. Una sensación de libertad, parecida al terminar la última hora del último día del curso me invadió.
Me metí en la cama y me hice el dormido.
—Lo sentimos Elena, la opera se ha alargado y había tráfico de vuelta—dijo mi padre.
—No pasa nada, Óscar está ya en su cuarto. Lo único que no ha querido comerse los bordes de la pizza—añadió Elena.
—Gracias. No te preocupes, bastante has hecho ya. Está un poco rebelde últimamente, dice que no quiere salir con sus padres y que prefiere quedarse en casa. Pero en qué cabeza cabe, ¿cómo va a quedarse él solo?
—Bueno, yo ya me marcho. Estoy disponible para cualquier otro día. Lo hemos pasado muy bien.
Desde la cama, como una rata que no quiere salir de su escondite por miedo al gato que anda por la casa, oí el ligero portazo que ponía fin a la angustia. Mi madre se acercó a mi cama y me susurró:
—Cariño, ya estamos en casa.
—Os he echado de menos—respondí con una fingida voz dormida—¿puedo ir con vosotros la próxima vez?
—Ya veremos, a ver qué nota sacas en el examen de rocas. Si quieres llamamos a Elena para que te ayude a estudiar.
—No hace falta—respondí con rapidez.
Una semana después el Ardilla nos entregó las notas. Saqué un sobresaliente en aquel examen. A veces, incluso las rocas y minerales pueden ser apasionantes.
