El restaurante quedaba junto al puerto. Fran recorría los escasos metros de la entrada mientras miraba en el móvil un mensaje sin enviar. La hora y el móvil, el móvil y la hora. Fumaba un cigarrillo como si cogiera aire por primera vez tras haber aguantado la respiración bajo el agua. El viento tenía un ligero gusto a sal.
—¿Quiere entrar señor?—preguntó el metre.
—No se preocupe, prefiero esperar.
Con treinta minutos de retraso apareció ella. Llevaba un vestido largo y el pelo recogido.
—Acompáñenme por favor—indicó el metre.
Los camareros iban en traje y las mesas vestían manteles blancos impolutos. De fondo sonaba la música de un piano. En las paredes había notas de agradecimiento y elogios hacia el restaurante de escritores y músicos. El camarero les indicó su mesa y ellos tomaron asiento.
—¿Qué tal tu día?—dijo Fran acariciando su mano.
—Bien—respondió ella retirándola.
—He estado esperando este momento durante todo el día y por fin te tengo delante. Te he echado de menos.
El sumiller interrumpió el silencio de la chica y dejó la carta de vinos en la mesa.
—¿Quieren alguna recomendación? Tenemos un Vega Sicilia Pintia del 2013.
—Déjenos un momento y ahora le decimos, gracias—respondió Fran.
—Sí, tomaremos la recomendación—interrumpió ella.
Fran la miró mientras posaba la carta de vinos en la mesa.
—Gracias—añadió Fran con una sonrisa desdibujada.
Después de unos segundos que a él le parecieron eternos la chica le miró por primera vez.
—Sigo esperando una respuesta…
—¿A qué te refieres?—preguntó él con la mirada fija en la copa de vino.
—Estoy cansada de esperar, siempre la misma historia. Todo va a cambiar y nada cambia.
—Por favor, habla más bajo, la gente nos está mirando.
—Eso es todo lo que te importa, mantener las apariencias, el qué dirán. Estoy harta.
—No seas exagerada. Entiéndeme, mi situación es difícil.
—Lo que pasa es que eres un cobarde y no tienes valor para enfrentar la realidad.
—Por favor te lo pido, habla más bajo—respondió Fran con una voz ahogada.
La chica se levantó, cogió el bolso y abandonó la mesa. Detrás, una copa de vino se derramaba tiñendo el mantel como el traje de un torero corneado.
Con la respiración agitada, Fran la vio perderse entre las mesas del restaurante. Después de varios tragos a la botella recuperó el móvil de su bolsillo, lo desbloqueó y volvió a leer una vez más el mensaje por enviar de su móvil.
<<Cariño, llego a casa a cenar. La reunión ha terminado antes de lo previsto.>>
