Horas de viaje


—La vida es menos dura en las películas, chico —me dijo mientras se abrochaba el cinturón del avión.

Tenía la piel arrugada por el sol y una sonrisa incompleta. Vestía una camisa negra con palmeras y unos zapatos desgastados.

—Siempre ver gente en coches de lujo y casas grandes —dijo con un acento extraño.

Me fijé en sus manos. Parecían ásperas, propias de alguien que trabaja con ellas. Iba a contestar cuando continuó:

—Yo ir a la embajada de Estados Unidos en mi país. Largo viaje. Mi mujer quedar aquí. Siempre levantar con tos y dolor.

Delante, unos niños jugaban con los las tablets. El resto en silencio.

—Aquí mucho calor en la calle, en casa, por el día, por la noche. Muy caro el aire acondicionado. Siempre sudor —dijo con una sonrisa.

De pronto la voz del capitán interrumpió su monólogo. Estábamos listos para el despegue. Por delante ocho horas de viaje.


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