La cerradura


Llegaba tarde. Otra mañana más que volaba por la ventana sin terminar nada. Había quedado con Gabriel y no quería hacerle esperar otra vez. Cogí el abrigo y la bufanda, comprobé que tenía las llaves y la cartera y salí.

Con las llaves ya en la cerradura recordé que no había tirado la basura. Después de varios días podía oler las sobras de pescado cada vez que entraba en casa. Debía tirarla. Al menos tendría esa sensación de deber cumplido.
Dejé las llaves en la puerta para no perder tiempo y fui a la cocina. Cogí la bolsa, la cerré aguantando la respiración y volví a la entrada.

Cuando llegué, las llaves ya no estaban en la cerradura. Mi primera reacción fue comprobar en la mesita de la entrada, pero sabía que las había cogido. En el suelo nada, y las puertas del rellano cerradas en el más absoluto silencio. Eché las manos al abrigo y palpé los bolsillos una y otra vez. No estaban. Las llaves habían desaparecido.


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