La huida


Fue a media noche cuando recibí la llamada. Hacía varias horas que me había quedado sin tabaco pero el humo aún se podía oler en la habitación. Era una llamada de larga distancia. Venía de la otra parte del país. Apuré el whiskey y contesté.

—Necesito su ayuda, estoy segura. Mi marido se ha ido con otra.

—Tranquilícese señora, es muy tarde para dramas—contesté.

—Me dijo que tenía un viaje de negocios. En tren.

Dejé caer mi cuerpo en el respaldo del sillón. No era la primera vez que pasaba.

—¿Por qué le va a estar engañando?

—La ciudad está llena de buscavidas. Mujeres capaces de todo por un puñado de dólares.

—Entiendo su preocupación

—Peter es un inocentón. Quiere a sus hijos pero le pierden las faldas. Por favor tiene que ayudarme.

—¿Quién le dio mi número?

—Una madre del colegio.

—Supongo que le habrá informado de mis honorarios.

—No se preocupe por el dinero. Peter tiene un buen puesto en una multinacional. No nos falta pero por favor tráigamelo de vuelta.

Después de intercambiar algunos datos sobre su marido colgué el teléfono y me incorporé. La espalda me dolía. Abrí el primer cajón del escritorio y cogí mi Colt calibre .32.

Antes de salir del despacho me puse la gabardina. La noche era cerrada y no había parado de llover en horas. Eché mano al sombrero y cerré la puerta. Necesitaba hacer unas visitas.


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