Aquel día a las tres de la tarde, mientras apuraba las últimas caladas de la segunda cajetilla de tabaco, Julián removía en su infancia. ¿Qué le había traído hasta aquí? Sus pensamientos volaban como una mosca sobre la carne, sin rumbo fijo ni dirección.
«En el pueblo los acontecimientos siempre transcurrían de la misma manera. Durante un largo tiempo no sucede nada. Los días pasan sin más emoción que ver caer las hojas del calendario. La monotonía reina y se apodera de los vecinos hasta que de pronto: el chisme estalla. Estalla y te encuentras en el ojo del huracán que te agita sin compasión de una casa a otra, de una boca a otra».
Posiblemente esos sucesos forjaron su personalidad. Quizás tuvo que ver aquel día cálido en el que visitaron la charca. Una de las primeras veces que salían con las chicas del colegio. O aquel paseo con su hermano por el bosque cuando sólo tenía doce años. O su padre desgarrado, repitiéndole con la voz rota que había traído la desgracia a la familia.
Aún ensimismado reparó en el reloj. Debía volver a las largas horas en la oficina. Apuró el café y salió a perderse en la inmensidad de la ciudad. A sentirse de nuevo como un grano de arena más en una playa infinita.
