Ella era su salvavidas, su timón, su estrella polar. El norte y también el sur. Tenía la fuerza de un huracán y la suavidad de la brisa. Estaba por él y para él. Incansable, ponía puertas donde la enfermedad levantaba muros.
Ella era su toma a tierra y su ancla a la vida. A veces podía llegar a ser sus manos y sus dedos, incluso no descartaba que algún día llegara a ser sus piernas, su voz o su sonrisa.
Vivían fugitivos del tiempo y su avance. Igual que el agua que se adapta al recipiente que la contiene, como el barco que se resiste a naufragar frente al temporal. Siempre en busca de un claro entre las nubes, recordando aquel verso de Machado:
“Hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora.»
