El viento acariciaba la mosquitera y la hacía bailar en la noche. Por fin se encontraba rodeado de naturaleza, de vida salvaje, aislado de la civilización. En la tienda de campaña intentaba dormir refugiado del calor del día.
No sabía las vueltas que había dado en el saco. Notaba la almohada empapada, cada vez era más difícil encontrar una parte fresca y seca donde colocarse. Era la tercera noche que pasaba en el Serengueti.
Dio una vuelta más cuando de repente reparó en algo que daba vueltas a la tienda. Observó cómo las telas se hundían a su paso y recordó que había dejado la entrada abierta. Después de dos noches bañado en sudor le había parecido la mejor opción.
Inmóvil, con los ojos entreabiertos observó cómo un animal introducía las dos patas delanteras en la tienda. Era un leopardo, la razón por la que había entrado a escondidas en aquel parque nacional.
Después de vacilar unos segundos, con un pequeño impulso de sus patas traseras, el animal entró en la tienda. De pronto compartían el mismo espacio, podía oír su respiración pausada. El hombre deseó estar de vuelta, a salvo. El animal se acercaba sin prisa. Su corazón salvaje se le salía por la garganta. De pronto sintió la húmeda respiración del leopardo en su cara.
Apretó los dientes y cerró los ojos.
