La habitación


Cuando entró en la habitación le invadió un olor metálico. La sangre resbalaba por las cuatro paredes hasta formar un charco en la sala vacía. En el medio flotaba un papel.

Con el paso entrecortado avanzó hasta que pudo leer:

<<Y esta es la habitación donde sucedió todo>>.


Horas de viaje


—La vida es menos dura en las películas, chico —me dijo mientras se abrochaba el cinturón del avión.

Tenía la piel arrugada por el sol y una sonrisa incompleta. Vestía una camisa negra con palmeras y unos zapatos desgastados.

—Siempre ver gente en coches de lujo y casas grandes —dijo con un acento extraño.

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Salida


Aún no había amanecido cuando sonó el despertador. Era la última vez que estaba entre las sábanas de aquella habitación. No había conciliado el sueño en toda la noche. Quizás por miedo a perder el avión o tal vez por el remolino de recuerdos que me golpeaban una y otra vez.

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Vidas que arden


«Vidas que arden ante mi vida, tiempo que se consume y corre. ¿Asisten ellos al espectáculo de mi tiempo, a la hoguera de mi vida? Damos una luz, al extinguirnos, que sólo ven los demás. Nosotros no la vemos. Vamos en llamas por la vida, y nadie nos avisa del incendio, por no asustarnos. Pero cómo nos ven arder. Como yo veo arder al escritor, al amigo. Vamos entre luces, entre noches, hacia no sé dónde, por la ciudad, hablando, soñando, dentro del coche, lentamente, contra el hielo, el miedo, la sombra, pasando huecos inmensos de tiempo, calles dormidas, multitudes.»

Francisco Umbral