Me muevo por inercia, perdido entre el tumulto, observo gente que va con prisa y rehúye miradas a los ojos.
La mayoría llevan mochilas o maletas y en sus rostros se intuyen alegría, cansancio, a veces pena. Me pregunto cuál es su historia, si vienen o van. Si abren la puerta a una nueva etapa o cierran con resignación por lo que pudo ser y no fue. A veces me cruzo con turistas y por unos segundos vuelvo a sentir la emoción de descubrir la ciudad por primera vez.
Me entretengo mirando a desconocidos ensimismados con el móvil. Es impresionante cómo la tecnología nos absorbe, nos tiende una mano para no sentirnos solos rodeados de gente.
De manera periódica una voz familiar interrumpe el silencio para anunciar la siguiente parada. La oigo pero no la escucho. Me recuerda al aeropuerto, aquí el tiempo transcurre lento. Es un paréntesis de la vida que nos enlata y transporta hasta volver a ver la luz del sol.
