Salida


Aún no había amanecido cuando sonó el despertador. Era la última vez que estaba entre las sábanas de aquella habitación. No había conciliado el sueño en toda la noche. Quizás por miedo a perder el avión o tal vez por el remolino de recuerdos que me golpeaban una y otra vez.

Mucha gente me había dicho que el momento más impactante cuando te despides del país que te ha acogido durante tantos meses es el último vistazo a la habitación: vacía, ventilada, impersonal. Al fin y al cabo una habitación más.

Esperaba derrumbarme pero contemplarla me dejó indiferente. Cerré la puerta y con ella una etapa de mi vida.

Salí a la calle y, traspasado por el frío, me dispuse a emprender el camino hacia la estación. A penas había empezado a bajar la calle con las dos pesadas maletas, cuando de repente reparé en el ruido de las ruedas rodando y rozando la acera.

Noté cómo la nostalgia me oprimía el pecho y una sensación de desconsuelo se me aferraba al corazón. Los ojos se me inundaron. De pronto, la ciudad me era ajena, extraña. Estaba condenada a deshacerse en mi memoria. Y yo, jamás volvería a ser tan joven.


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